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Los teutones fueron más fuertes y alcanzaron la sexta orejona

El equipo alemán demostró nuevamente solvencia y seguridad ante un elenco galo que también tuvo sus oportunidades pero fueron desperdiciadas o chocaron contra el inigualable Neuer.

No hay lugar para el PSG en el club selecto de los campeones, aquel que no se compra con dinero y sí con la historia que descansa sobre la espalda del Bayern. El gol de Coman, exiguo para lo que fue la final, dio la sexta Champions a los bávaros y les consagró como el intratable rey de Europa en estos momentos. La temporada comenzó prácticamente en noviembre con un cambio de técnico, Flick por Kovac, y concluye con un triplete, igual que el que logró Heynckes en 2013. Pura mentalidad germana por ser perfectos. Cien por cien Bayern.

El encuentro no defraudó y se jugó a cámara rápida. El ritmo vertiginoso, como de último minuto de partido permanente, propició un primer tiempo espectacular. Fue pura adrenalina, un concierto de rock en el que los dos equipos acabaron destrozando sus guitarras eléctricas. El Bayern porque se sabe arrollador, porque no entiende el juego de otra manera que no sea aplastando al rival, zarandeándolo como a un guiñapo.

A esa mentalidad robótica le ha sumado Flick una convicción sin balón que recuerda a Klopp, al Liverpool campeón de Klopp del año pasado. Todo en la final tuvo un aroma a cambio definitivo en el fútbol: el tiqui-taca es historia, ahora manda la agitación permanente. El PSG dócil y pasivo de todos estos años también ha optado por esa rueda. Tuchel volvió a apostar por un mediocampo de agitadores, con Ander Herrera al frente de la manada. Cumplidos los 31 años, parece una aberración que este futbolista sólo haya disputado dos partidos (amistosos) con la Selección.

Con esa piel de equipo sufridor, además de Galáctico, el PSG controló el primer arrebato lógico del Bayern y enseguida puso su cuentakilómetros en marcha. Porque los parisinos tenían más velocidad al espacio y eso hizo daño irremediablemente a los defensas del Bayern. Neymar tuvo un mano a mano que sacó milagrosamente Neuer con su coprachón de estatua militar y después Mbappé se ofuscó dos veces cuando desafiaba a Kimmich dentro ya del área.  En otra, se topó también con Neuer casi en la línea en una acción que un delantero de su talla no puede fallar.

La presión era asfixiante. Recibir un balón en mediocampo y tener tiempo para pensar no estaba dentro del plan del partido. Tampoco para el Bayern, que fue saltándose a Thiago y Goretzka para buscar las bandas y a Lewandowski. El polaco vivió su clásico partido de naufrago. No le llegaron apenas balones, pero es tan bueno que los dos que tuvo los convirtió en ocasiones. Una fue al palo, la otra la salvó Keylor con su disfraz de héroe de finales.

Entre estampida y estampida fueron apareciendo cada vez más los delanteros. Di María recibió un pase filtrado de Ander Herrera y perdonó con un derechazo a las nubes. No había tiempo para un respiro, ni opción para que el partido fuera otro. El intercambio de golpes se recrudeció, hasta convertir la final en un fuego cruzado al amanecer.

El gol que abrió la final

El partido lo hubiera podido abrir cualquiera, pero lo hizo el Bayern. Cuando por fin Thiago pudo armonizar una jugada, darle pausa y abrir a Kimmich, las aguas de la defensa del PSG se abrieron y por allí apareció en el segundo palo Coman para elevarse más que un bizcochón Kherer. Entre los designios caprichosos del fútbol, jamás hubiera imaginado el PSG que un canterano suyo, el más joven en debutar en su momento en el cuadro parisino, le haría el gol que más le haya escocido en su historia.

No sólo fue el gol, sino que Coman apretó las tuercas por su banda y por ahí pudo llegar la sentencia. Por eso sorprendió tanto su sustitución, un alarde de Flick por mostrar músculo desde el banquillo que sirvió, en realidad, para que el PSG tomara aire. Un gol parecía factible para un equipo con el ataque del parisino, pero su opción más importante fue de Marquinhos y la salvó una vez más un Neuer agigantado. Mbappé y Neymar, por cierto, acabaron el partido como durante toda la fase final de la Champions: sin marcar. Inexplicable, elocuente.

El PSG fue perdiendo gas, aunque sabía que estaba más cerca que nunca de alcanzar la orilla europea. Verratti le dio otro aire y Choupo-Moting, el último aliento. Mbappé fue perdiéndose en su laberíntico destino y Neymar se convirtió en un rebelde sin balón, en vez de con él. Apenas hubo una ocasión final del brasileño que se marchó llorando sin que Choupo-Moting pudiera aprovecharla.

Faltó fe y sobró Bayern, incansable hasta el último minuto en la presión, en la fe inquebrantable de mostrar su autoridad en cada acción dividida. Es el ADN de este equipo, la extensión de la selección alemana a nivel de clubes, la explicación de por qué parecen 20 aunque sean 11. La máquina de Europa vuelve a echar humo. La máquina bávara.

Fuente: Diario As

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